Atención a Enfermos de Alzheimer
Introducción a la Enfermedad de Alzheimer
- El primer Caso de la Enfermedad de Alzheimer
- El Doctor Alzheimer
El primer Caso de la Enfermedad de Alzheimer
En una FrÃa y gris tarde de noviembre 19041, un angustiado marido condujo a su esposa al hospital mental Fráncfort del Meno para que recibiera tratamiento. A la mujer la examino un joven neurólogo alemán que, desde el primer momento, quedo perplejo con ella, incapaz de entender o diagnosticar sus extraños sÃntomas y su comportamiento. Nunca, a lo largo de toda su formación médica y experiencia, habÃa visto un caso similar. Era evidente que la mujer sufrÃa una grave alteración de la función mental. Similar a la que a menudo habÃa visto en personas muy ancianas y seniles. La paciente experimentaba la misma perdida de memoria e idénticas dificultades con el habla, confusión y debilidad de razonamiento. Sin embargo, no era todavÃa una mujer senil, ni tampoco era muy mayor. Su problema no podÃa diagnosticarse como de demencia senil. TenÃa solo 51 años.
En una estancia poco acogedora, frente el, en su mesa de despacho, se encontraba la paciente, una ama de casa vecina de Munich y cuyo nombre era Auguste. aparentaba muchos años de los que en realidad tenÃa. Llevaba el cabello despeinado, vestÃa de forma descuidada y en su mirada podÃa apreciarse un temor salvaje de tipo animal, que ya habÃa visto antes en enfermos mentales y en personas verdaderamente locas. Su marido parecÃa extenuado, casi ojeroso, pero tenia muy buenos motivos para encontrarse asÃ, acababa de describir el extraño comportamiento de su esposa durante los últimos meses y la historia era desgarradora.
Durante prácticamente toda su vida la mujer habÃa gozado de buena salud, nunca ni habÃa estado hospitalizada ni habÃa enfermado. Hasta el momento de casarse y tener hijos habÃa trabajado en una fábrica. Ahora era ama de casa. La mujer no solo habÃa gozado de buena salud, sino que también habÃa sido feliz, habÃa tenido buen carácter y una excelente disposición; hasta que un dÃa empezó a cambia.
En su momento el marido no habÃa detectado los cambios, pero evocando ahora el pasado se daba cuenta que un primer indicio del problema habÃan sido los celos de su mujer. HabÃan disfrutado de un buen matrimonio. Su esposa siempre habÃa sido una mujer abnegada, pero por algún motivo que él no habÃa podido entender, ella empezó a mostrarse desconfiada: le acusaba de ser infiel y, en varias ocasiones, se enfrenta al de forma furiosa. Estos arrebatos fueron violentos e irracionales. El pobre hombre habÃa defendido su inocencia frente a sus asustados hijos, al tiempo que proclamaba su cariño, pero esto no conformaba a la mujer, por si los celos no fueran calvario suficiente, pronto la esposa empezó a sospechar que su marido la engañaba, y sus nervios fueron en aumento.
El no tardo en darse cuenta de que el problema radicaba en la memoria de su mujer. Se olvidaba en donde habÃa dejado las cosas (cosas intranscendentes como los guantes de su hija) y, entones, cuando era incapaz de localizarlas, montaba en cólera, al tiempo acusaba a su marido de haberlas cogido y escondido para que ella no las encontrara.
Los enfrentamientos eran frecuentes y con una gran profusión de gritos, desatando contra el marido su furia y convirtiéndolo en el objeto de su cólera. Estos ataques de genio no se correspondÃan en absoluto con el carácter de la mujer. A veces, el marido encontraba los objetos extraviados ocultos en lugares extraños. En una ocasión encontró un cepillo de perlo en el horno y otro dÃa descubrió una pipa escondida entre la ropa para la colada. En diversas ocasiones la mujer se perdió cuando paseaba por el vecindario. Un dÃa acudió a la carnicerÃa, que estaba a media manzana de distancia y que era donde compraba desde hacÃa años, y se asustó mucho al no poder encontrar el camino de regreso a casa. Cuando hacia algún recado, el marido tenia que acompañarle, para evitar cualquier percance.
La situación empeoro. La mujer se confundÃa y desorientaba dentro de los limites de su pequeño apartamento. No podÃa recordar donde estaba el cuarto de baño y olvidaba el nombre de los objetos domestico más simples, como la cama y la nevera. Se le hizo imposible cocinar.
No se trataba solo de que no recordaba las recetas, la cuestión era que no sabia que hacer con los cacharros y utensilios de la cocina. Ni tan siquiera podÃa poner la mea. Tenia dificultades con las tareas más sencillas, como vestirse. No era problema de incapacidad fÃsica, puyes todavÃa tenia fuerza en las manos y en las piernas; cuando se enfadaba se revolvÃa con fiereza, circunstancia esta de la que su marido podÃa dar fe, pues debÃa sujetarla para evitar que lo golpeara. Y entonces, una noche, empezaron los gritos.
Durante los últimos meses, su capacidad para conciliar el sueño se habÃa ido deteriorando. A medida que se acercaba la noche, aumentaba su confusión y nerviosismo. Cuando finalmente se dormÃa (por regla general bastante tarde), se solÃa despertar un rato después y se levantaba de la cama. Su marido la seguÃa a través de la oscuridad, para cerciorarse de que estaba bien, y la observaba deambular por el pequeño departamento.
En ocasiones la mujer permanecÃa de pie y quieta en el vestÃbulo, o se sentaba en una silla con una mirada en su rostro que reflejaba desconcierto. Una noche se despertó gritando y no hubo forma de apaciguarla. Se trataba de unos alaridos antinaturales, espantosos. ¡Ella estaba segura de que la iban a asesinar y continuaba gritando! ?no, no, pare por favor!?. Los vecinos llamaron a la puerta, para ofrecer su ayuda, y el marido tuvo que convencerles de que lo único que ocurrÃa era que su esposa habÃa tenido una pesadilla.
Los dÃas posteriores fueron agonizantes. Ella deambulaba por el apartamento horas y horas; en ocasiones arrastrando pequeños muebles o la ropa de la cama. Entonces, súbitamente, dejaba de divagar, ladeaba su cabeza como si quisiera escuchar y contestaba a una vos que solo ella habÃa oÃdo.
La vida de pareja estaba destrozada. Al final el marido tuvo que llevarla a un hospital para que la reconocieran.
El corpulento neurólogo repaso sus notas y estudio el caso. Pese a que la cabeza de Auguste estaba completamente ida, no tenÃa dolencias corporales. El diagnostico no era de locura, ni de otra de las enfermedades mentales que tan a menudo habÃa visto con anterioridad. No era un caso de parálisis cerebral progresiva de la demente caracterÃstica la sÃfilis, i tampoco era demencia de la esquizofrenia. sim embargo era evidente de que esa pobre mujer que estaba frente a él padecÃa un trastorno mental que progresaba rápidamente y que ya no podÃa ser controlada de forma segura en su casa. Asà pues, firmo los papeles de admisión y fue ingresada al psiquiátrico.
Este encuentro entre el neurólogo alemán y la mujer dio a lugar a la primera descripción detallada de una demencia, o una perdida de la capacidad para razonar, que no habÃa sido identificada con anterioridad. Era un trastorno que afectaba a personas de mediana edad y a quienes estaban en un momento óptimo de la vida. A la mujer la conocemos con Auguste D. los rasgos de su carácter han quedado olvidados. Los datos sobre su persona, aparte de los detalles de su enfermedad. Se han perdido, sin embargo. El nombre del médico que la atendió se ha hecho muy conocido en todo el mundo. Se trata del Doctor Alois Alzheimer.
El Doctor Alzheimer
Alois Alzheimer nacido en 1864 en una población llamada Markbreit, en las afueras de Wartburg, en el sur de Alemania. Después de cursar estudios secundarios, el joven estudio medicina en las universidades Wartburg y BerlÃn. Se graduó en 1887, después de escribir sus tesis al final de carrera sobre las glándulas de cera que se encuentra en el oÃdo. Durante los seis meses posteriores, se dedicó a acompañar a una mujer enferma mental durante sus viajes. Este tipo de destino profesional era frecuente entre los medico jóvenes y esta experiencia le hizo interesante por la psiquiatrÃa y los trastornos mentales.
En esta época los médicos discutÃan acaloradamente sobre si las causas de las enfermedades mentales eran médicas (esto es, relacionadas con algún tipo de afección de tejido cerebral o nerviosos, en la que radicarÃa el origen de la disfunción), o las psicológicas, enraizadas en un trauma emocional, como defendÃa el prestigioso psiquiatra vienes Sigmund FreÃd.
Tras esa etapa. Alzheimer consigue un trabajo como medico de un hospital psiquiátrico en Fráncfort del Meno. Cunado se encontró con el caso de Auguste D., Alzheimer tenia 37 años y ya era considerado un neurólogo de prestigio. HabÃa publicado estudios sobre la epilepsia, los tumores cerebrales. La sÃfilis y el endurecimiento de las arterias del cerebro, asi como sobre otros temas. Era conocida por la meticulosa correlación que efectuaba entre el curso clÃnico de sus pacientes (sus dolencias, y los descubrimientos que iba efectuando) y los cambios observados una vez que habÃa fallecido, cuando al efectuar las autopsias sus cerebros con el microscopio.
Durante los siguientes 4vaños Auguste estuvo ingresada en un manicomio de Fráncfort, donde el doctor Alzheimer era el neurólogo encargado del servicio de admisión. Tanto para ella como para su familia fueron unos años angustiosos. La pobre mujer no sabia donde estaba, ni quien era y, transcurridos unos meses, ni siquiera era capaz de reconocer ni a su marido ni a su hija. al principio deambulaba continuamente por los pasillos del hospital, arrastrando las sabanas y la ropa de la cama, al tiempo que pedà ayuda. Explicaba que no podÃa entender el motivo por el cual la tenÃan allÃ, se sentÃa confundida y perdida. Era incapaz de recordar cuál era su habitación y tampoco reconocÃa al Doctor Alzheimer cuando este atendÃa a los pacientes. De vez en cunado se imaginaba que el doctor era una oficial y se disculpaba por no haber terminado su trabajo; otras veces sencillamente gritaba expresando miedo y sufrimiento
Ocasionalmente Auguste, echaba al doctor dedicándole todo tipo de maldiciones y diciendo a todo el personal de guardia que el doctor le estaba haciendo proposiciones deshonestas. TenÃa un modo peculiar de hablar y mezclaba las palabras; a menudo no empleaba la palabra adecuada y, en su lugar, utilizaba otras de significado similar o afÃn (por ejemplo: DecÃa jarra de leche en lugar de taza). Muchas noches gritaba durante horas; se trataba de un gemido horrible e inhumano que retumbaba en cada uno de los lúgubres pasillos de piedra del manicomio.
Con el transcurrir de los años Auguste empeoraba. Al final quedo postrada en cama y, a causa de las contracturas que padecÃa, debÃa permanecer recostada de lado, como un bebe, con las piernas pegadas al cuerpo y los brazos recogidos sobre el pecho. TenÃa unas enormes fétidas llagas y padecÃa incontinencia. Estaba totalmente ajena a su entorno. Cuatro años y medio después de que se manifestar por primera vez su enfermedad, en principio a forma de celos con su marido, Auguste D. murió, a los 55 años, sola sin que le diagnosticaran su dolencia. De ello no habÃa quedado mas que una remota imagen de lo que fue en su dÃa.